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El cuerpo como objeto. Dar voz a lo oprimido I Aixa Takkal Fernández

La plástica que surge en el contexto de la polis ateniense clásica en torno al siglo V y IV a. C. dialoga, en un sentido crítico, con la ciudadanía urbana, tal es la tesis defendida por Adorno en las Lecciones de estética (1958/ 59). Implica una protesta contra la asimilación del cuerpo humano como función en el interior mismo de la lógica sociopolítica de la ciudadanía ateniense. Si bien es conocido que el ciudadano libre podía mantenerse al margen de las “deformaciones corporales" que el trabajo imponía a los demás hombres, también lo es que lo que en el periodo clásico se describe como realismo -frente al arte de la época arcaica- puede leerse en clave de respuesta a la represión a la que se ve sometido el cuerpo en la ciudad- estado griega por mor de las convenciones de clase, la vestimenta y, todo aquello que implica. En la Atenas griega del siglo V a. C. de los sofistas es posible interpretar la representación del cuerpo, la desnudez y la radical puesta en valor de la anatomía corporal como una reacción al progreso de racionalización y dominio del medio, en definitiva, como defensa de la "physis" -o de lo que debe de ser por naturaleza-. Esta lectura de la plástica del arte clásico griego, sin duda controvertida, responde a una tesis de mayor alcance, aquella que niega la posibilidad de que el arte no abrace, como elemento esencial, el dar voz a aquello que fue sometido, destruido, dañado o reprimido en el proceso de dominio progresivo de la naturaleza. Aun cuando esta protesta, en el caso de las formas desnudas griegas, no se represente de manera evidente, inmediata y material. Las estatuas griegas, independientemente de las vicisitudes históricas y/o arqueológicas, alcanzan además nuestra modernidad en su condición maltrecha y fragmentada. Desde nuestra sensibilidad contemporánea, su carácter incompleto parece hacer justicia a la coerción sobre la naturaleza externa y sobre la interna -el cuerpo que somos y habitamos-; la revelación de la fragilidad de la materia y la incidencia del paso del tiempo al que se ven sometidas, desafían desde lo concreto, lo particular y lo accidental, cualquier tentativa de universalidad e idealidad. También en “esos ojos vacios”, en tanto que rasgo más o menos característico de la estatuaria clásica, es posible identificar una suerte de resto o excedente que impugna el impulso dominador que la sociedad ejerce sobre nuestra condición corporal; aún desde la distancia de los siglos, esas miradas vacías, reluctantes a la representación, recuerdan aquello no puede ser acotado, fijado, ni pre-establecido. En definitiva, la escultura clásica señala la necesidad, todavía hoy, de mantener abierta la dialéctica entre lo estatuido -lo ordenado, determinado- y lo que es "physis" –la ineludible condición natural que nos es propia-

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