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HIUMANIDADES DIGITALES: ARRUGAS Y PLIEGUES  I Martín Caeiro Rodríguez

Con la revolución digital asistimos a una imagen y conceptualización de lo humano muy diferente a la que teníamos. La experiencia de un cuerpo que padece, se afecta, se humedece, se arruga, se pliega, que envejece… queda marginada en su contacto con la matríz digital. Es cierto: en esta aldea global conectada por pantallas se abren opciones que lo real no posibilita, vivencias virtuales no sujetas a las leyes de lo real ni a las condiciones físicas de la naturaleza, viajes por mundos simulados o capturados o retransmitidos al margen de las inclemencias de lo contingente, al margen del mundo en el que todo nace, habita y desfallece de verdad. En la matríz digital no estamos realmente en ninguna parte, y tanto da que seamos de carne y hueso que de plástico, chatbots o asesinos en serie. Así que sabemos que los actos vividos digitalmente son incomparables a los actos vividos físicamente, diferentes. Hay una superficie matricial en la que los pies y lo que tocan, las manos y lo que cogen, la boca y lo que come, el sexo y lo que desea… generan conexiones difícilmente trasladables a la esfera de lo digital. La conexión de un cuerpo que interactúa con las pantallas digitales reduce las superficies de contacto de órganos como la boca, el sexo, extremidades como los pies, los brazos… provocando un distanciamiento insalvable. En el universo de lo digital hay experiencias que no encuentran órganos a los que poder conectarse para activarse, que viven aletargados y en hibernación. Estamos, con el modus vivendi digital, asistiendo a una imagen y concepción de lo humano (humanidades digitales; sociedades digitales) en la que se reducen unos sentidos e incrementan otros. Consecuentemente, hay una fuga en lo digital para el ser humano y por extensión para el arte por la que se escapa parte de nuestra sensitividad y multisensorialidad. En esta situación, ¿qué le sucede a la vivencia artística, a la experiencia de crear? ¿Dónde están las arrugas, pliegues y colisiones… propias del acto de vivir o de educar? Como humanos predigitales acostumbrados a transitar por el arte y a hundir nuestros pies en la arena o a enterrar nuestras manos en los surcos del tiempo, a mojarnos, ¿cómo enfrentar esta umbilicación global digital desde las condiciones personales y singulares de lo que vive y muere de verdad? ¿Nos dejamos llevar como imágenes puras, sin prestar atención a las arrugas, pliegues y accidentes de la existencia a favor de la cosmética digital del arte, a la virtualidad pura de la creación y su educación o respondemos evitando la obsolescencia de una parte de nuestro organismo artístico? Otra opción es aplanarse, desdimensionarse, desensitivizarse, sin más.

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