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Recuerdos ‘velados’: un foto-ensayo sobre los patrimonios perdidos y despoblación rural.  I RUTH MARAÑÓN MARTÍNEZ DE LA PUENTE

Estos duros meses de confinamiento han abierto los ojos, en gran medida, tanto en lo físico como en lo no matérico, a una población ciega entre humos contaminantes y urbes superpobladas haciéndoles revalorizar lo rural. ¿O es simplemente un espejismo romántico del anhelo de lo cotidiano? (Camarero Rioja, 2019; Delgado Méndez y Hernández León, 2019; Jover Báez, 2019). Estos días largos y sombríos han hecho estudiar y repensar el verdadero patrimonio de nuestras sociedades: lo afectivo e instintivo (Torregrosa y Falcón Vignoli, 2013), aspectos que ya tenían definidos y claros en la España vaciada, defensores de un legado cultural y patrimonial incalculable y que con ellos se perderá. Estas colectividades se afanan en entretejer las raíces de lo relacional frente a una realidad que se asienta en el olvido y que, cada vez más, avanza infatigable. La amenaza de la despoblación revierte en un patrimonio perdido (Marañón y Maldonado, 2019) que supone en sí mismo un punto de partida que rastrea en lo inmaterial, lo arquetipal y la ética del encuentro (Marañón, 2020): una oportunidad de rescatar el valor de las microhistorias de lo rural. Una vez más, la fotografía ha sido testigo y testimonio (Roldán y Marín Viadel, 2012; Sinner, 2008) de ese latir, que viaja entre la esperanza y lo perdurable, y la pérdida y el abandono. Mediante este foto-ensayo se parte de la mirada de grandes autores que con sus fotografías narraron la riqueza indudable de los confines del olvido, de lo rural, revisadas para reflexionar sobre la belleza de lo (in)mutable y lo imperfecto (Koren, 2017), del abandono que legitima el peligro del patrimonio único (Ngozi Adichie, 2018) frente a la pluralidad de las comunidades que resisten en la España vaciada. Una reflexión visual que nos sumerge en las efervescencias de lo colectivo (Durkheim, 1982), una «creación inconsciente de una cartografía siempre viva que invita a navegar y experimentar nuevos trayectos, nuevos mundos» (Torregrosa y Falcón, 2013, p. 125), abriendo nuevas vías a otra manera de contar(nos) (Berger y Mohr, 2007) y saber estar en el mundo (Maffesoli, 2011): más empática, más respetuosa y más humana.

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