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Muerte retratada, muerte simulada: el arte de la fotografía post mortem como lección de vida. I Almudena García Manso

La fotografía post mortem, como arte de fotografiar los muertos simulando su vida, nos supone, más que nunca, maneras de socializarnos -de nuevo- con la muerte y el duelo. Este tipo de artefactos, que en los orígenes de la fotografía tuvieron su época dorada, fueron la continuación del arte de representar la finitud humana y el memento mori del ser querido que recalaba en las artes pictóricas, escultóricas, arquitectónicas y mobiliarias, así como en la joyería orfebre. La fotografía siempre fue un memento mori, recuerda continuamente que eso que estás viendo ya ha existido (Ruby, 1999). La tradición de la fotografía post mortem, a modo de rituales del duelo, del recuerdo y el afrontamiento de la muerte podrían ser ejercicios de socialización y enseñanza, más que necesarios, en una sociedad en la que la cultura de la estética “cuqui”, el auge de la emocionalidad jovencita (Tiqqun, 2012) y las mecánicas de producción de identidades infantilizadas, han arrinconado a la muerte, y no por su fealdad, mostruosidad y crudeza -pues la muerte está más presente hoy en día entre los contenidos culturales que lo estuvo en cualquier otra época-, sino porque nos duele pensar en un fin, nos distrae de esa felicidad que se debe tener en un mundo como este. El arte de retratar difuntos, una tradición que, a pesar de la morfología sociocultural, política y económica de la sociedad neoliberal de consumo, ha perpetuado de manera marginal y tímida, no ha sido, ni es, fea, monstruosa, macabra o dolosa. Por el contrario, es una manera de educarnos y concienciarnos de algo más que evidente, simulando que está ahí, presente y de manera eterna. Durante el desarrollo de las artes fotográficas, esos primeros tiempos del Daguerrotipo, de los tintypes, las fotos cabinet -CDV- y demás formatos, técnicas y tipos de soporte, el retrato post mortem se convierte en todo un arte de simular la muerte, de representar a los muertos en la sociedad, en su entorno, dentro de lo social y con los vivos. Esto hoy nos resulta cuanto menos molesto, no estamos educados para soportar nuestra finitud, ni estamos socializados con los muertos, los hemos desterrado de nuestras cotidianidades -morimos en los hospitales, de manera higiénica, profiláctica, sin la compañía de una cara conocida -, tal vez comprendiendo y descubriendo este arte podríamos llegar a naturalizar y aprender algo sobre el duelo, la muerte y su naturaleza. En estos últimos años este ejercicio de fotografiar los muertos aflora en contextos socioculturales eurocéntricos u occidentales de manera extraña. Como moda ecológica y ética, como obsesión y compulsión escópica en una sociedad empachada de imágenes o como ejercicio de duelo en tiempos sin funeral ni ritual alguno más que el ejercicio de fotografiar todo (Morcate y Pardo, 2019).

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